Época: Hititas
Inicio: Año 2000 A. C.
Fin: Año 1200 D.C.

Antecedente:
El mundo artístico de los hititas

(C) Federico Lara Peinado y Joaquín Córdoba Zoilo



Comentario

Puede que, como en fechas recientes ha propuesto Colin Renfrew (1989), los pueblos que hablan lenguas indoeuropeas se encontraran ya en Anatolia -su supuesta cuna- en la remota época de Çatalhöyük, o puede que tal y como escribe J. Mellaart (1981), los primeros indoeuropeos aparecieran en la península durante la segunda mitad del III milenio, viviendo de modo nómada o seminómada aunque en contacto con las ciudades de la región en un régimen de mutua dependencia. En el primero también, pero sobre todo en el segundo de los modelos apuntados, se podría hablar de anatolización progresiva, lenta pero real y causa de préstamos mutuos patentes, por ejemplo, en las tumbas reales de Alacahöyük. Gracias a la documentación asiria de Kanis, señala I. Singer (1981) que a comienzos del II milenio pueden señalarse en Anatolia áreas lingüísticas muy definidas, donde las etnias debían estar mezcladas: el área hatti en la meseta englobada por el río Halys, el área hurrita del Sureste, la región luvita al Suroeste y otra palaíta al Noroeste y, en fin, en la franja que sigue al río Halys por ambas orillas, desde su curso medio a sus fuentes, el área nesita o hitita. Dejando aparte al mundo hurrita, hostil desde muy temprano, la fusión gradual y la interpenetración de elementos hattis o hititas a comienzos del II milenio señala el tono y la base de la que sería un futuro Estado hitita.
Algunos textos hititas tardíos cuentan que Pithana, rey de Kussara, conquistó la ciudad de Kanis. Anitta, su hijo y rey de Nesa, fue, según el mismo texto, el primer rey hitita. Y todo esto habría ocurrido hacia el 1780 a. C., cuando los asirios desaparecieron de Anatolia. Pero los comienzos son nebulosos, y otras tradiciones cuentan de otra forma los primeros pasos. Por eso la historia hitita suele dividirse en dos largos períodos. El primero, desde los orígenes inciertos hasta el 1450 a. C., posee dos momentos señalados: la época primera de expansión más allá del Tauro, durante los reinados de Hattusili I (1590-1560) y su nieto Mursili I (1550-1530) -que llevaría a los hititas a las primeras victorias sobre los principados amorritas y hurritas de Siria e, incluso, a la sorprendente conquista de Babilonia-, y la época de crisis y reforma del Estado que dirigida por Telepinu (ca. 1500 a. C.), afianzaría a la realeza y a la misma nación hitita. Aunque los resultados no fueran espectaculares en un primer momento, a su muerte, gracias a él y a la espera de tiempos mejores, Hatti pudo resistir durante el apogeo hurrita de Mitanni.

El segundo gran período de la historia hitita es el que llamamos imperial. En el año 1450 a. C. llegaría al trono un monarca fundador de una nueva dinastía, Tudhaliya, que como guerrero nato comenzó a recuperar la iniciativa en todos los frentes de batalla. Pero serían Suppiluliuma I (1380-1346), el vencedor de Mitanni y conquistador del Imperio asiático hitita, Muwatalli (1306-1286) -el que combatió contra Ramsés II en Kades- y Hattusili III (1275-1250), el rey que firmó él tratado de paz con el mismo faraón -un verdadero tratado de reparto del mundo oriental entre las dos grandes potencias-, las figuras culminantes de la historia hitita en su período más brillante.

A partir de entonces Hatti no tendría rival ninguno. Pero hacia el 1200 a. C., todo el Mediterráneo oriental se vio sometido a una crisis de supervivencia. Pueblos en masa emigraron arrasando reinos y principados. La capital hitita, Hattusa, aunque lejos de la costa, debió ser destruida en tomo al 1190 a. C., y con ella, se hundió el Estado hitita para siempre. Aunque muchas ciudades hititas sobrevivieron al desastre, en particular las situadas al sur y sureste, la destrucción del núcleo principal del Estado, su población, su ejército y su administración conllevó necesariamente el fin de la historia y la cultura del Imperio hitita.